Mercedes, la primera mujer cartera de Liébana: «Cuando decidí jubilarme tuve pesares por no seguir trabajando»

Mercedes Vega Abad (Turieno, 1944) fue la primera cartera de Liébana. Durante más de tres décadas recorrió Camaleño en moto para hacer llegar la correspondencia a sus vecinos. Tal era su dedicación, que al negarse a continuar en la empresa tuvo pesares durante un tiempo: «Tenía que haber seguido lo que hubiera podido, quizá hasta los 70».
A Mercedes le hubiera gustado estudiar. ¿El qué? No lo sabe. No tuvo tiempo para pararse a pensarlo. Sus circunstancias -y las seis bocas que debía alimentar- la empujaron a convertirse en una mujer trabajadora que «cogía todos los trabajos que salían por ahí». «Ayudé en casa, hice miel, crié los animales, atropé hierba, fui cocinera en diferentes campamentos…», enumera recordando su dispar trayectoria profesional.
No obstante, la lebaniega asegura que su vida era como la de cualquier otra mujer de la comarca. «Aquí la mujer tenía a los hijos en casa, ordeñaba las vacas, sembraba los huertos, atropaba la hierba…», asegura. «Aquí se vivía de lo que se trabajaba, y con lo que se trabajaba, se comía. Para comer no faltaba. Aquí había un poco de todo mientras que en la ciudad no tenían ni una rama de perejil», apostilla.
Sobre su labor como cartera, Mercedes destaca que lo peor era el hielo que se formaba en la carretera durante el invierno, pero poco importaba si después se reunía con sus compañeros. «Entonces las manos estaban trabajando, pero la lengua… cada uno echaba la suya y lo pasábamos bomba», confiesa.
«No fue duro porque no conocías otra cosa»
Con cinco años se incorporó, junto a más de medio centenar de niños y niñas, a la escuela rural de Turieno, donde estudiaba materias como geografía, matemáticas, historia o religión.

Fotografía del Día del Niño en Liébana, expuesta en el Museo de la Escuela Rural de Mogrovejo.
De aquella época, Mercedes recuerda los tiempos en los que el izado de la bandera de España y el canto del Cara al Sol daban comienzo a la jornada. Una jornada partida por el recreo, un intervalo en el que «salías para llevar la comida al abuelo» o jugabas al calvu, al metro o al salto la mula, entre otros juegos autóctonos de la comarca.
Pero lo que nunca olvidará de su etapa escolar era el Día del niño, en el que todos los chiquillos de la comarca, «unos 600», se reunían en el monasterio de Santo Toribio.
En esos años, la conciliación consistía en compaginar los estudios con las tareas domésticas durante la infancia. Para Mercedes, esa coexistencia de tareas no fue una época dura, puesto que «no conocías otra cosa»: «Ibas con las vacas y te encantaba. Nos juntábamos todos y lo pasábamos bien», recuerda.
Al fin y al cabo, «eran otros tiempos, pero mucho mejor que estos». «La gente se ayudaba mucho», no solo en las labores, sino «en lo que hiciera falta», pone en valor la lebaniega. «Si una señora tenía vacas y praos y se quedaba viuda, los mozos le sacaban la hierba», concluye.