Zoritsa, profesora de piano: «Cuando estás triste, tocas el piano y te salen lágrimas, pero tú revives»

Zoritsa Bohoshevych, natural de Leópolis (Ucrania), llegó a Liébana en 1999. La música siempre ha formado parte de su vida, hasta tal punto, que a los seis años comenzó a tocar el piano. Hoy, en el Día Mundial del Piano, Zoritsa cuenta a InfoLiébana lo que significa para ella este instrumento: «Cuando estás triste, tocas el piano y te salen lágrimas, pero tú revives. Te desahogas tocando».
«Yo crecí en esta atmósfera de la música», cuenta Zoritsa, a quien su pasión por este arte le viene desde niña, puesto que su madre era bailarina y acabó la carrera secundaria tanto de piano como de canto coral.
Sin embargo, a Zoritsa le denegaron la entrada en un colegio de alto nivel musical porque, a pesar de tener «muy buen oído», «era muy chiquitina y decían que tenía que tener las manos más grandes para tocar bien«, una historia que se repitió cuando intentó dedicarse a tocar el violín.
No obstante, un año después, con tan solo seis años de edad, comenzó a tocar el piano en otro colegio. «No todo el mundo quiere tocar enseguida porque necesita esfuerzo», reconoce, y recuerda «a los niños jugando a la pelota, a la comba… y yo allí haciendo ejercicios de música«.
Durante su infancia, a Zoritsa la obligaban a practicar una hora al día. «Si me gustaba la pieza, podía tocar yo sola», admite. En cambio, para los ejercicios y los estudios que necesitaban más dedicación de técnica, Zoritsa contaba con una caja de cerillas y, cada vez que tocaba la pieza, cambiaba una cerilla de lado hasta que acababa la caja.
La profesora de música también se acuerda de la disciplina inculcada por su abuela, que «estaba en todo», dice entre risas. «Si un amigo llamaba a la puerta para ir a jugar, ella decía que no porque tenía que tocar», rememora.

Zoritsa en Ucrania, su país natal.
Siglo nuevo, vida nueva
Cuando «todo paró» en la Unión Soviética, Zoritsa pensó que tenía que «empezar de otra manera» el nuevo siglo para tener un futuro mejor, por lo que una mafia le ayudó a llegar a España hace ya más de dos décadas. «Vinimos a Madrid en avión como turistas, con una cámara y una mochila», cuenta.
Sin embargo, su estancia en la capital española fue, cuanto menos, breve, puesto que a las dos semanas «me tocó Liébana». Una vez en la comarca, Zoritsa encontró «personas maravillosas» y «empecé a leer cuentos de niños con el diccionario» para aprender el idioma.
Aunque la ucraniana creció en una ciudad de casi un millón de habitantes, «no estaba muy asustada» cuando llegó a Liébana, ya que «tenía que ganar dinero para mandar a casa, así que trabajaba en todo lo que me ofrecía la vida: restaurantes, limpeiza, cuidar gente mayor, cuidar niños…». «Me ayudó muchísimo trabajar 14 o16 horas al día, porque no tenía tiempo de pensar dónde estaba», confiesa.
Todavía no hablaba español cuando vio un «órgano eléctrico chiquitín» en la iglesia de Potes y preguntó al cura si podía probarlo, aunque «en mi país no teníamos órganos porque las iglesias ortodoxas no tienen instrumentos», aclara. «Me dijo que tocara, pero cinco minutos», recuerda Zoritsa de ese momento. «Se sentó a mi lado a escucharme y me dijo que iba a tocar en misa, que tocaba muy bien», relata.

Zorista toca el piano junto a su hijo Dimitri.
Dos años después de su llegada a la comarca lebaniega, vinieron también sus dos hijos. Al mayor, Dimitri, le describe como «un músico brillante» y destaca de él su don musical, ya que toca diversos instrumentos, tales como la guitarra, el oboe y el piano, a pesar de no dedicarse a ello de forma profesional.
Zoritsa nunca vio que su hijo se emocionaba con la música, ni siquiera cuando le tenía que llevar con ella a trabajar. «Con tres años de repente dijo que quería tocar» y «con diez «entró a un colegio de alto nivel de música y sacó notas brillantes», dice con orgullo.
«Un mundo de sensaciones y sentimientos»
Para Zoritsa, el piano es mucho más que un instrumento de 88 teclas. Lo describe como «un mundo de sensaciones y sentimientos». «Desde el primer día que tocas, tienes que sentir la música y poner sentimientos en ella», apunta, ya que considera que «si no transmites alguna cosa de dentro, es que no es música».
Así pues, la ucraniana terminó sus estudios superiores de Piano y Musicología de forma simultánea en un conservatorio de su país, donde ejerció como jefa de departamento de Lenguaje Musical en un colegio durante 20 años.
Recién llegada a Liébana, Zoritsa acabó la carrera de órgano en el conservatorio Jesús de Monasterio (Santander), y ahora «estoy más dedicada al órgano que al piano», comenta.
Hoy en día, Zoritsa imparte clases de piano, clases de coro en Suances y Santander, y toca el órgano en la iglesia de Potes de manera habitual y en Santo Toribio cuando se celebra el Año Jubilar Lebaniego.
Cultura musical

Zoritsa toca el órgano en la iglesia de Potes.
La ucraniana destaca de su país, al que no ha regresado en los últimos diez años, la cultura musical. De hecho, en su ciudad natal «casi cada piso tenía un piano» y las fiestas en los colegios siempre albergaban «baile, canto y muchas actuaciones». «Eso ya te engancha. Es como un gusanillo que ya te entra en el cuerpo y quieres hacer algo: bailar, cantar…».
Como profesora de piano en España, Zoritsa «tenía muchos alumnos», pero no les exigía «el nivel que nos exigían en la Unión Soviética». «Allí había que aprender esto esto y esto, y si no, te echan. Aquí es otra cosa. Poco a poco. Sin forzar», subraya.
«Aquí hay niños muy inteligentes que pueden hacer más cosas, pero entendí que tienen muchas cosas: clases particulares de inglés, de fútbol… y todo esta mezclado», dica la profesora justificando el tipo de enseñanza que se imparte en España.
«Al final no tienen tiempo para practicar, y si no practican, se aburren, porque tocan lo mismo sin avanzar y dejan de ir», justifica.
En cambio, «muchas veces me encuentro en la calle a alumnos y me dicen que lo echan de menos», cuenta tan agradecida como apenada.
Nuevas metas en Liébana
Zoritsa encontró de nuevo el amor en Liébana «y allí me quedé». Además, hace tres años también vino su madre, de 96.
«Liébana es muy buena y muy bonita, pero falta un poco más de cultura», apunta Zoritsa, puesto que «cuando yo llegué hubo muchos conciertos de fundaciones que llevaban músicos a Liébana y tocaban en la iglesia». «Ahora está muy parada la cosa», señala, aunque considera que se trata de algo genérico en todo el país.
No obstante, la ucraniana confiesa que este año pretendían abrir un colegio de música en las escuelas de Tama, pero cuando ya estaba todo preparado y «teníamos muchos niños que querían apuntarse», el proyecto se paró a causa de la pandemia. «Era una alegría para nosotros», reconoce a la espera de poder cumplir con su propósito cuanto antes.