Mariví, una de las últimas modistas de Liébana: «Ahora el tejido es tan caro como una prenda hecha»

María Victoria Guerra Narezo (Frama, 1938) cogió la primera aguja a los 16 años. Su abuela enseñó el oficio de modista a su madre, que aleccionó a Mariví y, años más tarde, así se lo ha transmitido ella a dos de sus cinco hijas. Sin embargo, la profesión ha tenido una gran evolución en las últimas décadas y el número de profesionales cada vez es menor, puesto que actualmente «el tejido es tan caro como una prenda hecha», asegura Mariví.
Desde que dejó los estudios, Mariví estuvo muy unida a su madre Máxima. Con ella comenzó a confeccionar ropa en el domicilio familiar, por encargo y sin horario, mientras su padre salía por la zona con una mula para vender la ropa que ellas fabricaban.
Cuando se casó, su madre le regaló su primera máquina de coser y, tras instalarse en Potes en los años 50, juntas abrieron una tienda de la que ahora se encarga su hija Maite, a la que ayuda en lo que puede: «El día que no eche una mano, es que estoy muy mal», comenta entre risas.
En aquel entonces, los vecinos iban «donde Máxima» o «donde la de Frama», puesto que el local ni siquiera tenía nombre. Un detalle que Maite solventó tan pronto como se jubiló Mariví, poniendo su nombre a la tienda. Ahora, quienes necesitan hacer algún arreglo en su armario van «donde Mariví».
De aquella época, la costurera recuerda la quincena de aprendices que «pagaban a mi madre por aprender a coser», así como las tantas modistas y tiendas de tejidos que había en la zona, cuya confección era «muy buena» y la calidad del género «extraordinaria».
En cambio, Mariví considera que esta actividad actualmente «no compensa», puesto que «simplemente el tejido es tan caro como una prenda hecha». Por ello, el servicio más demandado por la población hoy en día son los arreglos.
La revolución del pantalón
El cambio de la falda clásica por el pantalón femenino en España fue una «revolución» que marcó un antes y un después tanto en el sector textil y en la moda como en la sociedad, pues se consideraba una prenda de ropa «provocativa» cuando la vestía una mujer, rememora Mariví.
No obstante, ella nunca se consideró «atrasada»: «Simplemente te dominaba la situación, el contexto, las costumbres…«, achaca.
Entonces eran tiempos de posguerra y «ver a las extranjeras» con pantalones «llamaba la atención». «Se veía como algo extraordinario», recalca. «La gente mayor te miraba como cosa rara. Parecía que si te salías de eso, te salías de tus casillas», apunta.