La nueva realidad de la vendimia en Liébana: peor calidad, menos cantidad y más enfermedades

La vendimia ha llegado a Liébana casi un mes antes de lo previsto, pues este proceso comienza normalmente a partir de la segunda semana del mes de octubre. Se trata de una actividad tradicional en la zona, ya que, con el paso de los años, esta labor ha pasado de generación en generación. Sin embargo, la calidad y la cantidad de la uva ha disminuido considerablemente, a la vez que ha incrementado la aparición de enfermedades.
Ángel Martínez De Cos posee dos viñas (es decir, terrenos plantados de vides) de casi una hectárea entre ambas, que albergan alrededor de 1.600 cepas (troncos de vid). Llama la atención la diferencia de edad que hay entre las dos viñas, ya que mientras la más antigua pertenecía ya a sus bisabuelos, con casi 100 años, la otra apenas supera la década. En ellas se producen hasta 20 variedades de uva.
La Destilería Martínez de Cos se encuentra en Mieses desde el año 2014. A diferencia de otras destilerías, la de Ángel centra su actividad en la elaboración de aguardiente, siendo el 90% de esta producción objeto de venta directa. Cada año, Ángel se reúne a mediados de octubre con cinco amigos para recoger la uva, una tarea que les lleva unos dos días completos.

Un amigo de Ángel le ayuda a vendimiar.
Este vecino de Valmeo ha explicado que era la zona baja de la comarca la que se dedicaba a la agricultura y a los viñedos. Sin embargo, no sirve cualquier terreno, sino el más solano, puesto que así «la uva coge más grados y menos enfermedades». Tradicionalmente se ha utilizado «la zona llana para sembrar -trigo, garbanzos…-, mientras que las cuestas, que no se podían arar, se aprovechaban para plantar viñas».
Ángel ha contado a InfoLiébana el sacrificio que supone mantener una viña. En su caso, podan las cepas en febrero y les dan un tratamiento de azufre. Más tarde, llevan a cabo una poda en verde para quitar aquellas ramas que no tienen uva. Después, tienen que darle «un tratamiento cada veinte días» para controlar las distintas enfermedades que existen, tales como el Mildiu y la mosca del vinagre, siendo esta última la más reciente.
A pesar del avance de la tecnología, Ángel ha reconocido que la vendimia se suele empezar «a ojo», ya que tan solo con el dulzor de la uva son capaces de saber si ya está lista para ser recolectada. Para ello, es importante que «la uva no esté verde», ya que de ser así, aún no serviría para hacer «ni vino ni aguardiente».
«Con la globalización llegan enfermedades que antes no había aquí»
En comparación a la época de sus abuelos, la principal diferencia que ha notado Ángel es la proliferación de enfermedades, lo cual supone que «cuesta más tener un kilo de uvas». «Cuando empezamos no había ni la mitad. Aguantaba mucho mejor», ha confesado. Ángel lo atribuye «al cambio climático y a la contaminación del ambiente». «Con la globalización llegan enfermedades que antes no había aquí», ha subrayado.

La viña de Ángel Martínez De Cos (Mieses).
Por su parte, Juan Manuel Gómez Dosal -conocido como Manel-, de Bodega Cayo, elabora vino tinto y vino dulce. Aunque la bodega se encuentra en Frama (Cabezón de Liébana), Manel tiene viñedos distribuidos por diversas partes de la comarca como el Valle de Bedoya o Mieses. Al igual que Ángel, este vecino de Potes tiene cepas de más de 60 años, que ofrecen una «calidad superior», y cepas de apenas 8 años.
No obstante, cada una de ellas goza de unas ventajas y genera unos problemas diferentes. En el caso de las cepas viejas, conllevan «el mismo cuidado» pero «su rendimiento es menor». Las cepas nuevas, «más frescas y con un olor más verde», originan «más problemas de acetona». En cuanto al terreno, este debe ser «fértil y pedregoso para que la viña luche por sobrevivir, drene el agua y que las raíces no se asfixien».
Para llevar a cabo la vendimia en sus 12 viñas, que suman un total de tres hectáreas y media, Manel necesita la ayuda de otras 14 personas. Sin embargo, este año ha sido «un poco más difícil, con menos gente y guardando las normas sanitarias».
Manel comienza el proceso en marzo, mes en el que se planta la uva, pero este año ha tenido que esperar porque «ha sido un mes muy lluvioso». Posteriormente, seleccionan la uva en cajas y la despalillan (es decir, separan el grano del racimo) para dar acidez y calidad al vino, algo que no se hace en para la elaboración del orujo.
Para empezar a vendimiar, cogen muestras de varias zonas de la viña y, con un refractómetro, se analiza el grado. Es conveniente retrasar la recolecta lo máximo posible, puesto que, de este modo, la uva adquirirá más graduación.
La vendimia es un proceso en el que suele invertir unos cinco días consecutivos «para que la fermentación sea homogénea». Sin embargo, este año han tardado alrededor de 12 días porque no lo han podido llevar a cabo de forma continua.
El adelanto de la vendimia este año se debe, según Manel, a «las lluvias de abril, que originaron muchas enfermedades, y al envero (color que toma la uva durante su maduración), ya que este año fue muy rápido y no ha sido homogéneo en toda las cepas».
«Antes las cosechas tenían otra calidad y otra cantidad»

Racimo de uvas en mal estado.
Manel coincide con Ángel en que «antes las cosechas tenían otra calidad y otra cantidad». «La de Mieses -que es una de las más productivas que posee- daba 4.000 o 5.000 kilos de uva. Ahora, un año bueno, ronda los 3.000», ha explicado. «No sé si es por el cambio climático, por las necesidades, porque el trato de la uva es mayor… pero si no tratas, no saldría nada», ha apuntillado.
Para tener una buena cosecha, «necesitaríamos más continuidad de temperatura porque estamos carentes de sol», ha señalado Manel. No obstante, de todo se saca un lado positivo, por lo que Manel ha explicado que a veces el calor «es un problema» porque hace que incremente la graduación del vino. Además, el frescor de la zona «te permite no tener que regar».