«Liébana es un lugar donde Dios y el hombre se han unido para hacer un espacio maravilloso»

Hace siete años vino a Potes durante un mes y tomó una de las decisiones más importantes de su vida. Gonzalo Ruipérez –ahora conocido como Padre Gonzalo- tenía que elegir entre ser párroco en Washington, dirigir un colegio de 3.000 niños en la India o ejercer en Madrid, cerca de su madre. El primer día lo tuvo claro, y desde 2013 desarrolla su labor como párroco en la iglesia de San Juan de Dios en el barrio La UVA de Vallecas.
El Padre, que durante toda la entrevista ha hecho constantes referencias a los Picos de Europa y a diferentes pueblos de Liébana, describe la comarca como «un lugar donde Dios y el hombre se han unido para hacer un espacio maravilloso». Por ello, ha elegido este lugar para pasar unos días, después de un duro confinamiento en el que no ha dejado de trabajar ni un día.
Su parroquia ha llegado a repartir 80 toneladas de comida tan solo en el mes de junio -40 toneladas más de lo que distribuía cada mes hasta marzo-, cuando «lo normal» para una parroquia «de barrio» es repartir unas dos toneladas y media.
Cada familia recibe 54 productos al mes –principalmente leche, aceite, arroz y pasta- en dos entregas. «Me quedo corto en verdura y proteína», ha confesado Gonzalo. Esta comida, que está preparada dos meses antes de su distribución, se guarda en la iglesia, a la que «he convertido en un almacén», y en el almacén de un amigo.
«No podía esperar a que el Estado me ayudara. He pedido a todo quisqui»
Durante el confinamiento, Gonzalo ha abastecido a 800 familias -400 más que antes de la pandemia-, entre las que hay personas con características muy dispares: gitanos y payos, con nacionalidad española y latinoamericana, musulmanes…

El Padre Gonzálo junto a un niño de su parroquia.
El Padre también ha repartido unas 14.000 mascarillas, ya que «no podía esperar a que el Estado me ayudara. He pedido a todo quisqui. Me ha faltado ponerme en la plaza del Sol», ha sentenciado.
Y por si esta obra de caridad continua pareciera poco, la labor del Padre Gonzalo se convierte en un acto todavía más solidario en fechas especiales. Por ejemplo, en las fiestas que han tenido lugar durante confinamiento (San Isidro, Santiago…), ha otorgado a cada hogar un paquete extra de comida «de la que nunca doy»: galletas, chocolate, paté…
También la noche de Reyes es especial para los vecinos menos pudientes de La UVA, ya que el Padre Gonzalo recoge hasta 17.000 juguetes por todo Madrid durante el mes de diciembre. Sin embargo, a la hora del reparto, no vale cualquiera. Gonzalo no admite juguetes rotos o incompletos para «enseñar» a la gente que «los pobres merecen lo mejor, o al menos, lo que quieres para ti».
«Había días que del templo a mi casa pensaba que no llegaba»
Su labor en la parroquia –concepto en el que Gonzalo engloba a todas las personas que viven en el barrio, y no solo al templo- es «responder a las necesidades de la gente», aunque él lo divide en tres partes: ofrecer lo que la fe cristiana aporta, la parte caritativa –el reparto de comida a los vecinos- y enseñar al que no sabe -su parroquia tiene 150 niños con apoyo escolar, que son atendidos por más de 300 voluntarios-. Además, se dedica a la gestión de los recursos, a la recaudación de ayudas, a analizar la situación de las familias que acuden a él…
Durante el confinamiento, Gonzalo también ha llevado a cabo su labor como párroco en hospitales, en Ifema, en casas particulares… Sin embargo, las obras de caridad que ha realizado lo ha hecho por «pura gratuidad», ya que no ha cobrado «ni un kilo de comida» por ello, más que los 800 euros que le corresponden como sacerdote.

El Padre Gonzalo y un vecino de La UVA de Vallecas.
El Padre ha llegado a trabajar veinte horas diarias durante el confinamiento. Él mismo ha reconocido que «había días que del templo a mi casa, a 40 metros, pensaba que no llegaba. Estaba totalmente hundido porque estaba solo, porque tenía una impotencia inmensa, porque a veces las familias son ingratas…».
«Lo complicado fue en los meses de abril y mayo», ha dicho tajante, «porque teníamos que llevar la comida a las casas» sin ninguna protección. «Fue…Celia, ni te lo puedes imaginar», ha recordado apesadumbrado.
Pero el Padre Gonzalo no está solo en esto. Cuando llega el día de la entrega, está rodeado de otras 100 personas. Entre ellas, 14 con discapacidad y algún colegio «de los más pijos» para concienciar a los niños de la situación de estas personas.
Además, ha destacado la ayuda de una decena de personas que han estado junto a él durante toda la pandemia. También se han sumado a esta tarea trabajadores de empresas, cuya paga del día estaba garantizada por parte del empresario.
Un Padre enamorado de Liébana
Gonzalo vino a Liébana por primera vez con 15 años y «quedé enamorado». Dice de la comarca lebaniega que es un «lugar impresionante” donde “uno se siente muy pequeño». De hecho, esta zona ha sido «la base de mi trabajo de fin de master».
Es tal su amor por Liébana, que hasta aquí «he traído a niños, a presos…», incluso «me he traído la parroquia de La UVA a Potes y no podían creer que esto fuera verdad».
Su estancia en Liébana durante una semana, en la que no ha dejado de trabajar, le ha aportado «otra mirada, un alejarte, un respirar distinto…». «Siempre he dicho que me quiero morir de curita de un pueblo de aquí», ha afirmado entre suspiros.
En lo más alto de las letras
El padre Gonzalo se graduó en Filosofía y Teología en el seminario de Madrid, y a su vez, en Filologías Semíticas y Clásicas en la Universidad Complutense de Madrid. Después se licenció en Teología Moral en la Facultad Gregoriana de Roma.
Más tarde, después de realizar una Tesis Doctoral en Teología a caballo entre la Universidad de Navarra y Roma, decidió estudiar el Máster Bussines Administration (MBA) en la Universidad de Cantabria.
Entre otros trabajos de su extenso curriculum, el Padre Gonzalo ha sido capellán en la cárcel de Alcalá Meco y secretario de un arzobispo.